La Familia

viernes, 21 de enero de 2011

Fragmento de "Las sonrisas de agnóstico".

[...] El agnóstico hablaba fuerte, pero su voz nunca llegó a tener la inflexión de un grito. A pesar de eso destilaba furia. La gente se daba cuenta. Aún los que seguían llorando, lo hacían casi en silencio: no se atrevían a interrumpirle. ―Los  seguidores  de  este  hombre  deliran a  causa  de  las  supercherías  de  los pobladores  de  dicha  aldea;  según  ellos  el  condenado  no  dijo  ni  una  palabra cuando  se  dictó  su  sentencia,  tampoco  manifestó  ningún  signo  de  arrepentimiento o  miedo (este simple hecho les hace suponer que el homicidio tenía razones justificadas, que escapan de nuestra humana comprensión, y  de alguna manera lo relacionan con una purificación divina)… A la  hora de  su  muerte el culpable se  acomodó  tranquilamente  en  el  lugar  señalado  y  cerró  los  ojos.  El cuerpo simplemente se convulsionó un instante para luego desplomarse chorreando sangre a presión; la cabeza rodó unos pocos metros.  Al  momento  que el  verdugo  se acercó a recogerla  todos  los  presentes  notaron  el  vértigo  que  estremeció su  corpachón enmascarado.  El  verdugo dio unos alaridos de terror y cayó  al  suelo  con  el  semblante  desencajado;  otro sujeto  se  aproximó  y  vio,  también  con  miedo,  que  la  cabeza  del  decapitado  hablaba.  Éste aseguró  por  mucho  tiempo haber escuchado  claramente  que  la cabeza  le  dijo:  “Te  puedo  ver  a  ti,  a  mí,  y  cada  centímetro  que  hay  entre  los dos”,  después  se  quedó  inmóvil [...]

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